lunes, enero 11, 2010

Augusto, como chivo en cristalería

Por Óscar Constantino Gutiérrez

El “zar anticorrupción” Augusto Valencia desalojó al personal del Consejo para la Transparencia y Ética de Guadalajara. Los sacaron de sus oficinas, les pidieron llaves así como papelería y los enviaron a Recursos Humanos. Agusto se tomó literalmente lo de su designación como “zar”, porque actúa como si perteneciera a la Casa Real Romanov: se comporta como un déspota absolutista e impositivo.

El desalojo es irregular a todas luces, ya que el Consejo para la Transparencia no ha sido disuelto y la figura de “zar anticorrupción” no se reglamenta aún. En otras palabras, Agusto carece de facultades para sacar gente de sus oficinas municipales, habrá quien incluso califique su proceder como un abuso de autoridad o una usurpación de funciones. No debe sorprender que Valencia se desenvuelva de esta forma: su paso por el ITEI está plagado de abusos de poder y conductas por encima de la Ley, como fueron los actos en que de hecho legisló desde el Instituto, lo que evidentemente es un exceso grave en la dirección de un organismo autónomo cuyas resoluciones son definitivas. Comportarse así, al margen de la ley, le funcionó entonces, ¿por qué ahora se conduciría de distinta forma?

Existe una percepción equivocada de la actitud de Augusto Valencia, algunos ven como honestidad valiente su constante vocación a la confrontación y conflicto, cuando usar la Ley de tapete no es honrado, mucho menos valeroso. En esa forma de tratar los asuntos públicos, en realidad hay capricho y desprecio a las reglas que, en la lógica del autócrata, son obligatorias para los demás, no para el que asume funciones dictatoriales.

Con independencia de los excesos de Augusto Valencia, hay que señalar que la culpa no sólo la tiene el “zar”, sino quien lo designó: Jorge Aristóteles escogió para ese cargo a un perfil centrado en castigar y no en prevenir, en imponer y no en dialogar, en confirmar los errores y no corregirlos. Lo cierto es que ese modelo inquisitorial ya empezó con el pie equivocado, que es el que Agusto usa comúnmente y que la respuesta del alcalde ante la indignación del Consejo de Transparencia (que existen eventualidades así como el desalojo, que el Consejo se reestructurará, etc.), a toro pasado, en realidad operan como un espaldarazo a la conducta abusiva del “zar”.

Para el presidente municipal de Guadalajara, la primera semana de gobierno fue tormentosa y ha dejado la percepción de que ciertas designaciones de funcionarios fueron hechas sin el cuidado debido. En algunas de ellas ha dado reversa con una agilidad fuera de lo común y en otras, como los excesos de Valencia, ha mostrado una tolerancia excesiva, con lo que de hecho disculpa la actuación de un personaje que tendrá incentivos para seguir en la misma línea de acción e imponer su voluntad de forma ilegal o irregular. Ese doble criterio no ayuda a la certeza y estabilidad del equipo que acompañará al alcalde tapatío, porque lo menos que necesitan los ciudadanos es que haya “nenes consentidos” así como trabajadores en la constante cuerda floja.

La figura del “zar anticorrupción” es de entrada chocante, parece una mala copia de los nombramientos que en Estados Unidos dan a los máximos funcionarios en ciertas áreas. Cabe preguntar si este “zar” en verdad tendrá plenos poderes y si su trabajo no lo podía hacer la figura actual del contralor municipal. Como estrategia mercadológica pudo haber funcionado, pero si la sociedad civil organizada en temas de acceso a la información, rendición de cuentas y transparencia condena la conducta de Valencia contra un organismo tan honorable como el que aún preside el padre Jesús Gómez Fregoso, la medida de propaganda consistente en nombrar un “zar anticorrupción” será un completo fracaso en materia de promoción.

Por el bien del gobierno municipal de Guadalajara, Jorge Aristóteles debería jalarle las orejas públicamente a su “zar”, no vaya a ser que ese Rasputín siga con su conducta de chivo en cristalería…

oscarconstantino@gmail.com