sábado, enero 14, 2012

Después del Problema Final

John estaba desconsolado. La caída de su amigo en la Cataratas de Reichenbach era el testamento de un hombre que siempre puso el bien de los demás por encima del propio: Sherlock sacrificó su vida para acabar con Moriarty.

Watson puso en el gramófono un disco de Variaciones de una Cuerda, una de las obras favoritas de su amigo. A un lado se encontraba el Guarnerius de Paganini que Irene Adler le había regalado a Sherlock, pero que el detective asesor jamás alcanzó a ver. Unas lagrimas calientes rodaron por las mejillas de John: en los últimos días de la vida de Sherlock había sido muy duro y desconsiderado con él, ahora se daba cuenta de ello. "Los héroes se valoran hasta que mueren", la frase de Sir Ian MacLance resonaba en su mente y le provocaba un gran sentimiento de culpa. Las preguntas se multiplicaban en la cabeza de Watson: ¿y si lo hubiera apoyado más? ¿Por qué no le disparé a Moriarty cuando lo vi en la Biblioteca de la Universidad de Leeds? ¿Sherlock estaría vivo si hubiera estado más cerca de él en estos meses?

Sin embargo, tenía problemas más inmediatos a su dolor. Mary estaba embarazada y el Coronel Sebastian Moran aún buscaba venganza. A lado del valiente médico siempre estaba su fiel rifle, el mismo que utilizó durante su servicio en el 5º Regimiento de Fusileros de Northumberland. Además, Lestrade le había pedido ayuda con el asunto de los asesinatos de Whitechapel, que al parecer habían acabado dos años antes y que Holmes había analizado: un nuevo homicidio se había cometido hace dos meses, en el mismo lugar y en condiciones semejantes a las de los anteriores crímenes. El perfil que Sherlock preparó seguía en un expediente ultrasecreto de Scotland Yard, por instrucciones del Primer Ministro. Watson sabía que, sin ese documento, debía empezar sus pesquisas desde cero, se lo hizo saber a Lestrade, pero su respuesta fue la misma que antes: no puede entregarse el documento. "Entonces, ¿cómo demonios voy a resolver el asunto, si no tengo acceso a lo que ya se investigó?", reclamó Watson. Lestrade sólo gruñía, discutir con él era como pedirle a un bulldog que soltara la chuleta que traía entre las fauces.

Después de revisar las evidencias que sí eran públicas, además de los diarios, Watson se convenció de que la investigación se encontraba estancada. Tomó la estilográfica Waterman que le había regalado Mary en su cumpleaños y comenzó una atenta carta dirigida a Lestrade, en la que cordialmente lo mandaba al diablo y le informaba que no podía continuar con una investigación en la que no se le proveía de datos policíacos que, para mayor gravedad, tenían archivados por motivos políticos. Cuando terminó el tercer párrafo de su misiva, a sus espaldas escuchó una voz que olía al típico tabaco con vainilla que John ya conocía: "te faltó un punto después de 'estúpidas decisiones políticas' y en el párrafo siguiente te falta una coma después de tu crítica a la posición de Mycroft en el asunto".

Era la voz de Sherlock, quien estaba vestido como un Barón Pruso, con monóculo y patillas hasta el cuello incluidas.

Watson lo miró incrédulo, no sabía si celebrar, tallarse los ojos porque alucinaba o moler a golpes a Holmes por no avisarle que aún estaba vivo. Sherlock no esperó a que reaccionara y le dijo -con la tranquilidad de siempre- que cogiera su sombrero y bastón, ya que había que examinar nuevamente la escena del último crimen en Whitechapel. "Hay mucho que revisar, querido amigo, de tus notas veo que sólo recuperaste los datos irrelevantes", afirmó con afecto el delgado detective.

En ese momento entraron al estudio Lestrade y Mary: Scotland Yard mantendría una guardia de 10 agentes para proteger a la esposa de Watson.

Ahora John sí habló: "¿le avistaste primero a Lestrade que estabas vivo, grandísimo hijo de perra?" Holmes no se inmutó y empezó a caminar hacia la salida de la casa mientras comentaba: "la lógica marca que primero debía conseguir protección para Mary y tu hijo en camino, dejemos los reclamos sensibleros para cuando haya tiempo".

Holmes había deducido el embarazo de Mary por el movimiento de muebles del cuarto anexo al dormitorio de los Watson, el exceso de bolas de estambre que había en el armario y la mirada brillante de Mary. Nada mal para alguien que sólo había dedicado cuatro segundos para inferir esa conclusión.

En la calle esperaba el auto Daimler que Holmes había adquirido en Alemania. "Tenemos que apurarnos, John, el príncipe de Gales ha sido secuestrado y me temo que encontrarlo depende de que hallemos al asesino de Whitechapel", sostuvo Sherlock mientras se calzaba una gorra y unas gafas de conductor.


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