miércoles, noviembre 16, 2016

En la mira
Gonzalo Rivas y la navaja de Ockham

El otorgamiento de la medalla Belisario Domínguez al fallecido ingeniero Gonzalo Rivas ha provocado la irritación de los sectores que simpatizan con los movimientos de izquierda. Sin embargo, los argumentos de esos críticos no se sostienen y, de hecho, evidencian la deshonestidad intelectual con la que tratan los asuntos públicos.
1. El «no riesgo».
El primero de esos argumentos es que no existía riesgo de explosión en la gasolinera cuyo incendio intentó apagar Gonzalo Rivas. Los críticos invocan que, desde 2015, existe una Norma Oficial Mexicana de Emergencia, la NOM-EM-001-ASEA-2015, relativa al «diseño, construcción, mantenimiento y operación de estaciones de servicio de fin específico y de estaciones asociadas a la actividad de Expendio en su modalidad de Estación de Servicio para Autoconsumo, para diésel y gasolina». La NOM-EM-001-ASEA-2015puede consultarse en este enlace.
Los críticos sostienen que la NOM-EM-001-ASEA-2015 evita explosiones catastróficas en gasolineras y que, por ende, el sacrificio de Gonzalo Rivas carece de mérito heroico, porque nadie moriría en el incendio de la gasolinera. Hay dos cuestiones que quiero resaltar, una cronológica y otra axiológica:
a)       La NOM-EM-001-ASEA-2015 fue publicada en el Diario Oficial de la Federación el 3 de diciembre de 2015, pero el incendio de la gasolinera Eva, en el que perdió la vida Gonzalo Rivas, sucedió el 12 de diciembre de 2011, es decir cuatro años antes de la publicación de la referida NOM-EM-001-ASEA-2015. Por tanto, invocar la seguridad que supuesta otorga la NOM es una falacia.
b)       Por otra parte, el mérito de una acción heroica se encuentra vinculado al sacrificio: Gonzalo Rivas arriesgó su vida ante lo que consideró un riesgo para la seguridad de las personas. No obstante se considerara que su percepción fuera errónea, el sacrificio ahí está. No deja de sorprender la ligereza con la que se estima que el ingeniero Rivas no conocía los supuestos protocolos de seguridad que, según los críticos, evitaban que gasolineras construidas antes de 2015 explotaran: Gonzalo Rivas laboraba en esa gasolinera, ¿por qué no conocería esos supuestas salvaguardas, en caso de que existieran? Pretender reducir el sacrificio del ingeniero a un mero error de ignorancia es vil, indigno desde cualquier punto de vista.
Ahora bien, supongamos que, en 2011, esa gasolinera contaba con todos los protocolos de seguridad para evitar que explotaran sus depósitos: esas salvaguardas no impiden los incendios de superficie (como el que, de hecho, mató a Gonzalo Rivas), ni evitan que se quemen los vehículos que están en las gasolineras. Por tanto, el riesgo de explosión aún existía, por más que los depósitos de la gasolinera estuvieran protegidos.

2. El «agente secreto».
Si bien aprecio a Julio Hernández López, Julio Astillero, creo que no corresponde a la ética periodística entreverar hechos con suposiciones, para sugerir teorías conspirativas: es un hecho que Gonzalo Rivas fue subteniente de fragata de la Marina, no es un hecho que haya sido informante de la Marina, como desliza Julio en su columna del 15 de noviembre de 2016: aparejar un hecho y una suposición es algo mañoso, poco honesto intelectualmente. Pareciera que Julio desea sugerir que Gonzalo Rivas era un miembro «del sistema» lo que, en una ficción digna de John leCarré, haría que «el militar encubierto se matara para criminalizar a los enemigos del establishment»: ese el argumento que temerosamente no se explicita, pero que está subyacente a esa mezcla de hechos verificados e hipótesis. Bajo esa tesitura, Gonzalo Rivas no merecería la medalla Belisario Domínguez, porque su sacrificio sería un montaje «del sistema» (el gobierno, la mafia del poder, las 100 familias, los illuminati, los Seis Siniestros, Spectre o la entidad maligna que mejor se acomode al caso). Hay que decirlo con todas sus letras: sugerir que Gonzalo Rivas se mató a propósito, por órdenes del gobierno, es una estupidez suprema. Evidentemente, el manejo sugerido y tramposo del perfil de «informante de la Marina» permite que se niegue que esa es la intención de deslizar esa información no corroborada, por eso es deshonesto mezclar hechos y suposiciones (lo que no corresponde a las buenas prácticas periodísticas).

3. La «criminalización de la protesta».
Tanto Vidulfo Rosales, como Julio Hernández y Témoris Grecko, han sostenido que galardonar a Gonzalo Rivas implica «criminalizar la protesta social», porque hace suponer que los normalistas de Ayotzinapa fueron los culpables de la muerte de Rivas, cuando no hay evidencia concluyente de que el incendio de la gasolinera haya sido provocado por esos estudiantes.
En el juego de percepciones, Gonzalo Rivas es el Dredd Scott del conflicto con las escuelas normales rurales: eso es indudable. Para las clases sociales irritadas por las manifestaciones, los bloqueos y las destrucciones de comercios, Gonzalo Rivas es el héroe de la convivencia pacífica, el mártir de los excesos de la protesta. ¿Resulta ilegítimo que, frente a los 43 mártires de Ayotzinapa, se erija a un mártir de la sociedad no progresista? No, aunque les duela a Vidulfo, Julio y Témoris: para un Abraham Lincoln hubo Robert E. Lee, se tiene un Prisciliano Sánchez así como un Lucas Alamán, la historia está llena de estas polaridades. Así como hay una sociedad popular irritada por los abusos del poder, existe una sociedad cansada de los colmos de la protesta social, que no acepta el pretexto de que, cada vez que hay delitos en las manifestaciones, «son infiltrados».
Existe un problema jurídico y moral entre la percepción de los grupos conservadores y las fuerzas progresistas, mientras los adeptos de los normalistas de Ayotzinapa minimizan actos delictivos (como secuestrar autobuses o tomar instalaciones públicas), la sociedad tradicional no tolerar perturbación alguna de su vida cotidiana y solicita mano de hierro para los que bloquean carreteras o molestan a quienes no son partidarios de su causa. Cada grupo social tiene derecho a establecer sus símbolos e íconos: no hay monopolios legítimos en esta materia.
¿Gonzalo Rivas será el héroe de la sociedad liberal y de la clase media tradicional? Sin duda, como los 43 lo son de los grupos de izquierda. Una parte fundamental de respetar la ideología del otro es no meterse con su panteón, quizá esto sea incomprensible para el periodismo militante de izquierda, pero parte de no ser delirante implica entender que hay una parte importante del país que no comulga con una protesta social que secuestra, roba y rompe.
En suma, la protesta social no es criminalizada, sino que hay protestas sociales que sí son criminales y otras no: mientras haya protestas donde se secuestre, robe y bloqueen carreteras, habrá detractores que la llamarán criminal. ¿No queremos que se criminalice la protesta? Entonces ya es tiempo de que no se cometan delitos, bajo el pretexto de que se protesta, como si los grupos de izquierda tuvieran un fuero especial para violentar los derechos de tercero sin que sus conductas se consideren ilícitas. La nominación de Gonzalo Rivas es una consecuencia del enojo social por ese modelo de protesta… y, sea verdad o no que los normalistas incendiaron la gasolinera Eva de Guerrero, esas protestas y bloqueos fueron la causa de esos sucesos desafortunados: fueron los excesos de la protesta social los que dieron las condiciones para que una parte de la sociedad buscara a un símbolo de su molestia con esa perturbación constante.


4. «Hay otros con más méritos».
El último argumento de los críticos es que hay personas con mayores méritos para recibir la medalla Belisario Domínguez. La lista va desde lo irracional, como es nominar a los padres de los 43 normalistas desaparecidos (o a los normalistas asesinados en el mismo suceso en que falleció Gonzalo Rivas), hasta la presencia de verdaderos héroes, como la persona que ingresó entre las llamas de la guardería ABC para salvar niños.
La semántica es un aspecto que no cuidan los periodistas militantes: no es lo mismo víctima, padre de víctima, mártir y héroe. Cuando estos conceptos se revuelven, no se abona a la limpieza del proceso de designación de una medalla como la Belisario Domínguez. La lucha de los padres de los 43 normalistas desaparecidos puede valer un premio por méritos humanitarios, lucha por la vigencia de los derechos humanos o el Estado de Derecho, pero en su causa no hay actos heroicos a favor de terceros. Los dos normalistas asesinados en los sucesos del 12 de diciembre de 2011 son víctimas, quizá mártires de la protesta social, pero no son héroes que se distingan por su virtud «en grado eminente, como servidores de nuestra Patria o de la Humanidad», como lo requiere el decreto por el que se otorga la medalla Belisario Domínguez: no sacrificaron sus vidas por persona alguna, fueron sacrificados, que no es lo mismo.
¿Hay otras personas que también merecen la medalla Belisario Domínguez? Por supuesto, pero ese argumento es insuficiente para negarle esa condecoración a Gonzalo Rivas, que tiene cualidades de sobra para recibirla. Si queremos otra forma de asignar ese galardón, se debe reformar su regulación, pero, mientras eso no suceda, nos encontramos ante la intervención ilegítima de un grupo de interés en un procedimiento parlamentario. Lo que hay detrás de este jaleo, del periodismo militante de izquierda, es la frustración de los grupos políticos que no fueron favorecidos con el voto y que carecen de representación suficiente para imponer su voluntad en el Senado de la República.

Ahora Julio Hernández pregunta si «hay algún recurso jurídico que se pueda iniciar contra una resolución del Senado, evidentemente tramposa, y dañina al sentido de la Belisario Domínguez». Sí: existe el recurso de la vergüenza, el de saber que cuando se pierde y asumir que la causa de uno no es necesariamente la de los demás, el de aceptar que en las democracias las mayorías deciden y se respetan los derechos humanos de las minorías, cosas que convenencieramente se olvidan desde la ideología de izquierda, que suele sentirse por encima de la Constitución y las instituciones.