En la mira
Gonzalo Rivas y la
navaja de Ockham
El
otorgamiento de la medalla Belisario Domínguez al fallecido ingeniero Gonzalo
Rivas ha provocado la irritación de los sectores que simpatizan con los
movimientos de izquierda. Sin embargo, los argumentos de esos críticos no se
sostienen y, de hecho, evidencian la deshonestidad intelectual con la que
tratan los asuntos públicos.
1. El «no riesgo».
El
primero de esos argumentos es que no existía riesgo de explosión en la
gasolinera cuyo incendio intentó apagar Gonzalo Rivas. Los críticos invocan que,
desde 2015, existe una Norma Oficial Mexicana de Emergencia, la NOM-EM-001-ASEA-2015,
relativa al «diseño, construcción, mantenimiento y operación de estaciones de
servicio de fin específico y de estaciones asociadas a la actividad de Expendio
en su modalidad de Estación de Servicio para Autoconsumo, para diésel y
gasolina». La NOM-EM-001-ASEA-2015puede consultarse en
este enlace.
Los
críticos sostienen que la NOM-EM-001-ASEA-2015 evita explosiones catastróficas
en gasolineras y que, por ende, el sacrificio de Gonzalo Rivas carece de mérito
heroico, porque nadie moriría en el incendio de la gasolinera. Hay dos
cuestiones que quiero resaltar, una cronológica y otra axiológica:
a)
La
NOM-EM-001-ASEA-2015 fue publicada en el Diario Oficial de la Federación el 3
de diciembre de 2015, pero el incendio de la gasolinera Eva, en el que perdió
la vida Gonzalo Rivas, sucedió el 12 de diciembre de 2011, es decir cuatro años
antes de la publicación de la referida NOM-EM-001-ASEA-2015. Por tanto, invocar
la seguridad que supuesta otorga la NOM es una falacia.
b)
Por
otra parte, el mérito de una acción heroica se encuentra vinculado al
sacrificio: Gonzalo Rivas arriesgó su vida ante lo que consideró un riesgo para
la seguridad de las personas. No obstante se considerara que su percepción
fuera errónea, el sacrificio ahí está. No deja de sorprender la ligereza con la
que se estima que el ingeniero Rivas no conocía los supuestos protocolos de
seguridad que, según los críticos, evitaban que gasolineras construidas antes
de 2015 explotaran: Gonzalo Rivas laboraba en esa gasolinera, ¿por qué no
conocería esos supuestas salvaguardas, en caso de que existieran? Pretender
reducir el sacrificio del ingeniero a un mero error de ignorancia es vil,
indigno desde cualquier punto de vista.
Ahora
bien, supongamos que, en 2011, esa gasolinera contaba con todos los protocolos
de seguridad para evitar que explotaran sus depósitos: esas salvaguardas no impiden los incendios de superficie
(como el que, de hecho, mató a Gonzalo Rivas), ni evitan que se quemen los vehículos que están en las gasolineras.
Por tanto, el riesgo de explosión aún existía, por más que los depósitos de la
gasolinera estuvieran protegidos.
2. El «agente
secreto».
Si
bien aprecio a Julio Hernández López, Julio
Astillero, creo que no corresponde a la ética periodística entreverar
hechos con suposiciones, para sugerir teorías conspirativas: es un hecho que
Gonzalo Rivas fue subteniente de fragata de la Marina, no es un hecho que haya
sido informante de la Marina, como desliza
Julio en su columna del 15 de noviembre de 2016: aparejar un hecho y una
suposición es algo mañoso, poco honesto intelectualmente. Pareciera que Julio
desea sugerir que Gonzalo Rivas era un miembro «del sistema» lo que, en una
ficción digna de John leCarré, haría que «el militar encubierto se matara para
criminalizar a los enemigos del establishment»:
ese el argumento que temerosamente no se explicita, pero que está subyacente a
esa mezcla de hechos verificados e hipótesis. Bajo esa tesitura, Gonzalo Rivas
no merecería la medalla Belisario Domínguez, porque su sacrificio sería un
montaje «del sistema» (el gobierno, la mafia del poder, las 100 familias, los illuminati, los Seis Siniestros, Spectre
o la entidad maligna que mejor se acomode al caso). Hay que decirlo con todas
sus letras: sugerir que Gonzalo Rivas se mató a propósito, por órdenes del
gobierno, es una estupidez suprema. Evidentemente, el manejo sugerido y
tramposo del perfil de «informante de la Marina» permite que se niegue que esa
es la intención de deslizar esa información no corroborada, por eso es
deshonesto mezclar hechos y suposiciones (lo que no corresponde a las buenas
prácticas periodísticas).
3. La «criminalización
de la protesta».
Tanto
Vidulfo Rosales, como Julio Hernández y Témoris Grecko, han sostenido que
galardonar a Gonzalo Rivas implica «criminalizar
la protesta social», porque hace suponer que los normalistas de Ayotzinapa fueron
los culpables de la muerte de Rivas, cuando no hay evidencia concluyente de que
el incendio de la gasolinera haya sido provocado por esos estudiantes.
En
el juego de percepciones, Gonzalo Rivas es el Dredd Scott del conflicto con las
escuelas normales rurales: eso es indudable. Para las clases sociales irritadas
por las manifestaciones, los bloqueos y las destrucciones de comercios, Gonzalo
Rivas es el héroe de la convivencia pacífica, el mártir de los excesos de la
protesta. ¿Resulta ilegítimo que, frente a los 43 mártires de Ayotzinapa, se
erija a un mártir de la sociedad no progresista? No, aunque les duela a
Vidulfo, Julio y Témoris: para un Abraham Lincoln hubo Robert E. Lee, se tiene
un Prisciliano Sánchez así como un Lucas Alamán, la historia está llena de
estas polaridades. Así como hay una sociedad popular irritada por los abusos
del poder, existe una sociedad cansada de los colmos de la protesta social, que
no acepta el pretexto de que, cada vez que hay delitos en las manifestaciones, «son
infiltrados».
Existe
un problema jurídico y moral entre la percepción de los grupos conservadores y
las fuerzas progresistas, mientras los adeptos de los normalistas de Ayotzinapa
minimizan actos delictivos (como secuestrar autobuses o tomar instalaciones
públicas), la sociedad tradicional no tolerar perturbación alguna de su vida
cotidiana y solicita mano de hierro para los que bloquean carreteras o molestan
a quienes no son partidarios de su causa. Cada grupo social tiene derecho a
establecer sus símbolos e íconos: no hay monopolios legítimos en esta materia.
¿Gonzalo
Rivas será el héroe de la sociedad liberal y de la clase media tradicional? Sin
duda, como los 43 lo son de los grupos de izquierda. Una parte fundamental de
respetar la ideología del otro es no meterse con su panteón, quizá esto sea
incomprensible para el periodismo militante de izquierda, pero parte de no ser
delirante implica entender que hay una parte importante del país que no comulga
con una protesta social que secuestra, roba y rompe.
En
suma, la protesta social no es criminalizada, sino que hay protestas sociales que
sí son criminales y otras no: mientras haya protestas donde se secuestre, robe
y bloqueen carreteras, habrá detractores que la llamarán criminal. ¿No queremos
que se criminalice la protesta? Entonces ya es tiempo de que no se cometan
delitos, bajo el pretexto de que se protesta, como si los grupos de izquierda
tuvieran un fuero especial para violentar los derechos de tercero sin que sus
conductas se consideren ilícitas. La nominación de Gonzalo Rivas es una
consecuencia del enojo social por ese modelo de protesta… y, sea verdad o no
que los normalistas incendiaron la gasolinera Eva de Guerrero, esas protestas y
bloqueos fueron la causa de esos sucesos desafortunados: fueron los excesos de
la protesta social los que dieron las condiciones para que una parte de la
sociedad buscara a un símbolo de su molestia con esa perturbación constante.
4. «Hay otros con
más méritos».
El
último argumento de los críticos es que hay personas con mayores méritos para
recibir la medalla Belisario Domínguez. La lista va desde lo irracional, como
es nominar a los padres de los 43 normalistas desaparecidos (o a los
normalistas asesinados en el mismo suceso en que falleció Gonzalo Rivas), hasta
la presencia de verdaderos héroes, como la persona que ingresó entre las llamas
de la guardería ABC para salvar niños.
La
semántica es un aspecto que no cuidan los periodistas militantes: no es lo
mismo víctima, padre de víctima, mártir y héroe. Cuando estos conceptos se
revuelven, no se abona a la limpieza del proceso de designación de una medalla
como la Belisario Domínguez. La lucha de los padres de los 43 normalistas
desaparecidos puede valer un premio por méritos humanitarios, lucha por la
vigencia de los derechos humanos o el Estado de Derecho, pero en su causa no
hay actos heroicos a favor de terceros. Los dos normalistas asesinados en los
sucesos del 12 de diciembre de 2011 son víctimas, quizá mártires de la protesta
social, pero no son héroes que se distingan por su virtud «en grado eminente,
como servidores de nuestra Patria o de la Humanidad», como lo requiere el
decreto por el que se otorga la medalla Belisario Domínguez: no sacrificaron
sus vidas por persona alguna, fueron sacrificados, que no es lo mismo.
¿Hay
otras personas que también merecen la medalla Belisario Domínguez? Por supuesto,
pero ese argumento es insuficiente para negarle esa condecoración a Gonzalo
Rivas, que tiene cualidades de sobra para recibirla. Si queremos otra forma de
asignar ese galardón, se debe reformar su regulación, pero, mientras eso no suceda,
nos encontramos ante la intervención ilegítima de un grupo de interés en un
procedimiento parlamentario. Lo que hay detrás de este jaleo, del periodismo
militante de izquierda, es la frustración de los grupos políticos que no fueron
favorecidos con el voto y que carecen de representación suficiente para imponer
su voluntad en el Senado de la República.
Ahora
Julio Hernández pregunta si «hay algún
recurso jurídico que se pueda iniciar contra una resolución del Senado,
evidentemente tramposa, y dañina al sentido de la Belisario Domínguez». Sí:
existe el recurso de la vergüenza, el de saber que cuando se pierde y asumir
que la causa de uno no es necesariamente la de los demás, el de aceptar que en
las democracias las mayorías deciden y se respetan los derechos humanos de las
minorías, cosas que convenencieramente se olvidan desde la ideología de
izquierda, que suele sentirse por encima de la Constitución y las
instituciones.