martes, agosto 24, 2010

En la mira

Ley Natural y corrupción usual


Maicear, según el Diccionario de la Real Academia Española, es “dar maíz a los animales”. Peyorativamente, se equipara a la acción de sobornar. Por ello Porfirio Díaz solía decir, respecto a los diputados encabritados con su dictadura, “este gallo quiere su maiz (así, sin acento)”, para denotar que era necesario tranquilizarlos con el elixir del soborno. El maiceo, al menos en el lenguaje político, es una tradición nacional de casi 120 años de antigüedad.

Por tanto, la corrupción es tan mexicana como las enchiladas y vive en el corazón de sus admiradores: cada tapatío paga en promedio mil 573 pesos por esta práctica, dirigida principalmente al soborno y liquidación de extorsiones. México dedica 210 mil millones de pesos anuales a esta conducta (4.5 por ciento de su PIB), por lo que el país ocupa el lugar 89 en el ranking mundial de naciones corruptas.

Ni en eso dejamos de ser un país de media tabla.

Estos números, recordados por el catedrático Luis Roberto Arechederra durante la inauguración del Primer Foro Nacional de Fraude y Corrupción en México, mismos que recuperan los resultados de la encuesta efectuada por profesionales por la ética durante 2009, así como de las evaluaciones realizadas por Transparencia Internacional, dejan claro que los habitantes de esta capital padecen un acto de corrupción cada 390 días. Es decir, los desembolsos por corrupción son tan periódicos como el pago del impuesto predial o del ISR.

Nada ayuda que la cultura latina rinda homenaje al ocultamiento de la verdad, a la picardía y a la astucia. No hay que olvidar que los romanos admitían estas prácticas como “dolo bueno”, por lo que existe una línea conductora entre la listeza y el uso de la astucia para sacar ventaja del prójimo. El tema es que existe una zona gris muy discutible entre la práctica de sacar ventaja y la de causar daño a los demás. El corrupto suele considerarse más listo o astuto que los que no cometen actos de corrupción y, por supuesto, se asume como más inteligente que las víctimas de sus corruptelas. En su conducta, el taimado asume como natural que los más listos obtengan provecho de los más tontos, por lo que considera justificado su proceder, ya que en su opinión es un mecanismo aceptable de progreso: el que no es transa, no avanza, dice la frase popular que resume esa visión del mundo.

Corrupción y falta de Estado de Derecho son dos caras de una misma moneda. Curiosamente, una de las argumentaciones usadas por quienes no respetan las leyes es que las consideran injustas: esa es la excusa de quien compra películas piratas (“el precio de los productos legales es muy alto e injusto”), del que vende droga (“no se puede vivir bien con un trabajo legal”), del que se roba la señal de TV restringida (“el cable tiene un precio injusto”), así como de un largo y desagradable etcétera. En pocas palabras, los piratas, dealers y ladrones de señales invocan la Ley Natural para justificar sus ilícitos, porque no hay cosa más laxa y acomodaticia que recurrir a la Ley Natural para aducir cualquier cosa como válida.

Los asesinatos y la aplicación de tormentos en la Alemania Nazi fueron justificadas por iusnaturalistas, como lo explica don Ernesto Garzón Valdés (a quien hace referencia Manuel Atienza en el número 27 de Isonomía). La Ley Natural se invocó para legitimar a los reyes absolutos, así como para derrocarlos cuando desobedecían al poder eclesiástico. Después de la Segunda Guerra Mundial, el iusnaturalismo tomó una cara bondadosa que admite el vínculo entre derechos humanos, democracia y justicia… siempre y cuando no se afecten a los grupos dominantes de una sociedad. Resulta usual que quienes invocan la Ley Natural, para desobedecer las leyes de un país, sean los mismos que señalan a las comisiones de derechos humanos como agencias defensoras de delincuentes (cuando se supone que los derechos humanos no son más que la versión secular de los derechos naturales de las personas). Tampoco es extraño que se justifique la recepción de recursos ilícitos para obras pías, resulta innecesario recordar el nombre del obispo que decía que las narcolimosnas "se purifican" con la buena intención de ayudar, baste con indicar que, tanto las prácticas usuales de corrupción como el recurso de invocar la Ley Natural, son frutos de un mismo árbol de pseudo argumentación y sofisma.

México necesita trascender las descalificaciones entre aquellos que refieren a sus adversarios como fundamentalistas de derecha o jacobinos trasnochados (ambas etiquetas denotan estupidez). Si, en el debate de los grandes temas sociales, unos invocan verdades reveladas que sólo pueden aceptarse como actos de fe y los otros asumen que el papel del clero se reduce a orar en sus templos, este país seguirá tan corrupto como siempre, con sus maiceos, con sus leyes naturales para justificar cualquier cosa, así como con las prácticas de ninguneo y agresión a todo el que piense distinto. ¡Vaya forma de celebrar el Bicentenario!

oscarconstantino@gmail.com