miércoles, marzo 31, 2010

En la mira

Un puente para Plaza Patria

Óscar Constantino Gutiérrez

Un anciano, una mujer con un bebé en brazos, un hombre con bastón, dos personas obesas y tres niños. Ninguno de ellos puede franquear Avenida Patria porque se enfrentan al crucero de la muerte. Plaza Patria carece de un paso peatonal razonable, es un centro comercial diseñado para automovilistas… donde la mayoría de los consumidores no acuden en carro.

Existe un viejo puente en Avenida Ávila Camacho pero, además de sucio, incómodo, inseguro e imposible de subir para ancianos y discapacitados, usarlo sólo da acceso a las calles de ingreso al estacionamiento de la Plaza, es decir, a una zona de alto riesgo vial. El Instituto de Ciencias tiene un puente moderno, que tampoco permite llegar con seguridad a la Plaza, porque aún hay que cruzar la pista de carreras en que se encuentra convertida Avenida Patria. En suma, ser peatón en Zapopan e ir a ese centro comercial es una situación de peligro inminente.

Por el contrario, en la misma Avenida Patria, pero en la zona del Bosque de Los Colomos, hay un puente nuevo cuya construcción está envuelta en la polémica de su daño a la ecología, poca funcionalidad e irregularidades administrativas. Entre la ausencia de puentes y la inutilidad de los edificados, la realidad es que la gente se juega la vida para cruzar la calle.

Cuando el anciano, los niños o la mujer con bebé en brazos sean arrollados, el gobierno echará la culpa al automovilista (por correr) o al transeúnte (por atravesar sin cuidado). No hará mea culpa y aceptará que el puente en Plaza Patria se necesita desde hace mucho, que cualquier persona con sentido común lo sabe (sin necesidad de estudios técnicos especializados para determinarlo) y que los impuestos son para construir obras que eviten que la gente se muera o lesione por un absurdo riesgo que se pudo prevenir. No, en el mejor de los casos, luego de dos o tres arrollados consecutivos, una serie de cartas a los diarios y protestas en el Ayuntamiento, se pondrán unos disfuncionales topes, como testimonio al poco valor económico que tienen los humanos de a pie.

Y es que, ¿a quién le importan los empleados y consumidores que van a ese centro comercial? Al gobierno no: en su lógica burocratita, si no llegan en auto son personas que seguramente compran poco y por ende pagan escasos impuestos, así que no conviene dedicarles infraestructura, sobre todo en tiempos que no son electorales (ya llegarán las campañas y les entregarán su cachucha, tortas frías y aguas calientes, con eso tendrán para estar contentos y votar por el partido). Pero, cuadras más adelante, en Andares se repite el mismo desprecio al peatón, pero por las razones contrarias: sólo un pelagatos iría a pie, la mejor manera de desincentivar su presencia es negar accesos peatonales.

¿De qué sirven las políticas ridículas de movilidad que le apuestan a la bicicleta, a caminar, a disparatadamente ampliar la Vía Recreactiva a los sábados (cuando todavía hay negocios operando), si tomar la bicicleta o ir a pie puede dar lugar a la crónica de un suicidio anunciado? Sólo un amante de la adrenalina o de la temeridad estulta tomaría la bicicleta para cruzar avenidas como las tapatías, que guanajuatizan a todo el que no venga en cuatro ruedas: parafraseando a José Alfredo Jiménez, aquí, en la Avenida Patria, la vida del peatón no vale nada.

En suma, si tiene auto sáquelo de la cochera, si no lo tiene tome taxi, porque acudir como peatón a un centro comercial como Plaza Patria puede ser el principio del fin, no como la canción del grupo rockero Los Ángeles del Infierno, pero sí con el mismo resultado tétrico.

¿Un puente para Plaza Patria? Lo esperaré sentado (o en auto)…

oscarconstantino@gmail.com

domingo, marzo 07, 2010

En la mira

¿Calladito se ve más bonito?


El pleito entre Abraham González Uyeda y Pablo Lemus confirma que la doble moral y la estupidez sin límite no son características exclusivas de los círculos sociales, sino que se encuentran profundamente arraigadas en el trato cotidiano de políticos y no políticos.


El desarrollo del desencuentro retrata claramente la inmensa vocación a que sólo se haga la voluntad del Señor en la milpa del compadre: el líder de los panistas en el Congreso local pidió que renunciara el Secretario de Finanzas de Jalisco, de inmediato el líder empresarial Pablo Lemus salió en defensa del funcionario del Ejecutivo y acusó al diputado de hacer la petición por interés partidista. González Uyeda le respondió a Lemus con una recomendación: la de que no perdiera la oportunidad de quedarse callado en asuntos de los que no está enterado. Indignado ante el consejo de que no opinara de lo que no sabe, el presidente de Coparmex calificó al legislador blanquiazul como oportunista y falto de nivel. Pareciera que estamos en presencia de un pleito irrelevante, pero la lectura del antes y del después del suceso permite apreciar cuanta estupidez se destila en el asunto.


Los defensores de Lemus, que se sienten “empresarios por adhesión” (en su vida han generado un centavo de riqueza, pero tienen espíritu ejecutivo) descalificaron a González Uyeda con el muy torpe argumento de que recibe una remuneración como diputado que viene de los impuestos de los empresarios. La afirmación no puede ser más idiota porque González Uyeda es propietario de una empresa lechera que, esa sí, da empleos y genera riqueza para Jalisco. Por tanto, el descalificativo expresado por los lémures (o sea, los seguidores de Lemus) es doblemente erróneo: porque califica de burócrata mantenido a quien no lo es y porque en un debate se desacreditan ideas, no a las personas que las expresan, lo que implica que el punto de cuestionamiento era si González Uyeda dijo algo incorrecto, no si los empleados públicos carecen de derecho a replicar frente a las afirmaciones de la Iniciativa Privada.


La recomendación de González Uyeda a Lemus fue muy dura, sin duda, pero no grosera: guardar silencio sobre los asuntos que no se conocen es una excelente medida de prudencia, que por regla general no aplican los que son poderosos, muy ignorantes o poco brillantes. Pablo Lemus se ofendió por la exhortación, pero cualquiera que haya leído sus comentarios sobre los muy diversos asuntos públicos, podrá darse cuenta de que el señor Lemus opina con particular rudeza de todo y de todos, lo que hace suponer (es un decir) que es un genial hombre universal, conocedor de todas las disciplinas que existen (como Leonardo da Vinci o Gottfried Leibniz) o que don Pablo Lemus es medio imprudente porque asume que, por el mero hecho de ser líder de un consejo patronal, tiene patente de corso para descalificar lo que sea y a quien sea.


Pablo Lemus ha exigido renuncias y medidas radicales respecto de todo tipo de entidades y personajes públicos. Al igual que en el caso de otros líderes empresariales (de esos que prometen echarse un buche de agua del Río Santiago y luego se rajan), sus diatribas no se han descalificado con el argumento de que esconden intereses inconfesables, sino que se toleran e incluso se consideran parte del color de cualquier cobertura informativa sobre temas políticos locales: respecto a cualquier asunto público, sea la integración del Itei o las reformas a la legislación menos importante, Pablo Lemus siempre tiene una opinión… y hasta se las publican.


Por ello, el líder patronal que pide renuncias y cuestiona las que piden los diputados, que descalifica honras y trayectorias ajenas pero no admite que le digan poco informado, es un monumento a la doble moral, la que hace y no quiere que le hagan, la que no pone atención a la expresión ajena pero exige que tomen en cuenta la propia: la que califica a los demás de corruptos, tontos o interesados, pero que se siente afrentada cuando tan sólo le señalan su propia ignorancia. Cualquier semejanza con las actitudes abusivas de la nobleza francesa o española del absolutismo, no es mera coincidencia.


En su despecho, Pablo Lemus alabó la disposición de Beatriz Paredes de escuchar a los empresarios, para tener la oportunidad de soltar una daga (dizque) envenenada: “algunos políticos locales no sólo no nos escuchan, sino que nos mandan callar”. La lamentación de Lemus es muy desafortunada, porque es muy distinto ordenar que alguien se calle a recomendar que se guarde silencio respecto de algo que se desconoce. Este último berrinche de Pablo Lemus confirma la veracidad del consejo de Abraham González Uyeda: calladito se ve más bonito…


oscarconstantino@gmail.com