domingo, marzo 07, 2010

En la mira

¿Calladito se ve más bonito?


El pleito entre Abraham González Uyeda y Pablo Lemus confirma que la doble moral y la estupidez sin límite no son características exclusivas de los círculos sociales, sino que se encuentran profundamente arraigadas en el trato cotidiano de políticos y no políticos.


El desarrollo del desencuentro retrata claramente la inmensa vocación a que sólo se haga la voluntad del Señor en la milpa del compadre: el líder de los panistas en el Congreso local pidió que renunciara el Secretario de Finanzas de Jalisco, de inmediato el líder empresarial Pablo Lemus salió en defensa del funcionario del Ejecutivo y acusó al diputado de hacer la petición por interés partidista. González Uyeda le respondió a Lemus con una recomendación: la de que no perdiera la oportunidad de quedarse callado en asuntos de los que no está enterado. Indignado ante el consejo de que no opinara de lo que no sabe, el presidente de Coparmex calificó al legislador blanquiazul como oportunista y falto de nivel. Pareciera que estamos en presencia de un pleito irrelevante, pero la lectura del antes y del después del suceso permite apreciar cuanta estupidez se destila en el asunto.


Los defensores de Lemus, que se sienten “empresarios por adhesión” (en su vida han generado un centavo de riqueza, pero tienen espíritu ejecutivo) descalificaron a González Uyeda con el muy torpe argumento de que recibe una remuneración como diputado que viene de los impuestos de los empresarios. La afirmación no puede ser más idiota porque González Uyeda es propietario de una empresa lechera que, esa sí, da empleos y genera riqueza para Jalisco. Por tanto, el descalificativo expresado por los lémures (o sea, los seguidores de Lemus) es doblemente erróneo: porque califica de burócrata mantenido a quien no lo es y porque en un debate se desacreditan ideas, no a las personas que las expresan, lo que implica que el punto de cuestionamiento era si González Uyeda dijo algo incorrecto, no si los empleados públicos carecen de derecho a replicar frente a las afirmaciones de la Iniciativa Privada.


La recomendación de González Uyeda a Lemus fue muy dura, sin duda, pero no grosera: guardar silencio sobre los asuntos que no se conocen es una excelente medida de prudencia, que por regla general no aplican los que son poderosos, muy ignorantes o poco brillantes. Pablo Lemus se ofendió por la exhortación, pero cualquiera que haya leído sus comentarios sobre los muy diversos asuntos públicos, podrá darse cuenta de que el señor Lemus opina con particular rudeza de todo y de todos, lo que hace suponer (es un decir) que es un genial hombre universal, conocedor de todas las disciplinas que existen (como Leonardo da Vinci o Gottfried Leibniz) o que don Pablo Lemus es medio imprudente porque asume que, por el mero hecho de ser líder de un consejo patronal, tiene patente de corso para descalificar lo que sea y a quien sea.


Pablo Lemus ha exigido renuncias y medidas radicales respecto de todo tipo de entidades y personajes públicos. Al igual que en el caso de otros líderes empresariales (de esos que prometen echarse un buche de agua del Río Santiago y luego se rajan), sus diatribas no se han descalificado con el argumento de que esconden intereses inconfesables, sino que se toleran e incluso se consideran parte del color de cualquier cobertura informativa sobre temas políticos locales: respecto a cualquier asunto público, sea la integración del Itei o las reformas a la legislación menos importante, Pablo Lemus siempre tiene una opinión… y hasta se las publican.


Por ello, el líder patronal que pide renuncias y cuestiona las que piden los diputados, que descalifica honras y trayectorias ajenas pero no admite que le digan poco informado, es un monumento a la doble moral, la que hace y no quiere que le hagan, la que no pone atención a la expresión ajena pero exige que tomen en cuenta la propia: la que califica a los demás de corruptos, tontos o interesados, pero que se siente afrentada cuando tan sólo le señalan su propia ignorancia. Cualquier semejanza con las actitudes abusivas de la nobleza francesa o española del absolutismo, no es mera coincidencia.


En su despecho, Pablo Lemus alabó la disposición de Beatriz Paredes de escuchar a los empresarios, para tener la oportunidad de soltar una daga (dizque) envenenada: “algunos políticos locales no sólo no nos escuchan, sino que nos mandan callar”. La lamentación de Lemus es muy desafortunada, porque es muy distinto ordenar que alguien se calle a recomendar que se guarde silencio respecto de algo que se desconoce. Este último berrinche de Pablo Lemus confirma la veracidad del consejo de Abraham González Uyeda: calladito se ve más bonito…


oscarconstantino@gmail.com

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