miércoles, julio 13, 2011

Petróleo para morir

Capítulo II
El sobre y la puerta


Bond dejó su actitud sosegada en cuanto el Primer Ministro se retiró de la oficina de M. ¿Por qué se asignó a 004 el asunto del topo, si él era el agente que más conocía a Quantum? Con su respuesta, M le propinó una dosis más del trato rudo que le había dispensado en los últimos ochos meses:

"No olvides tu lugar aquí, 007. La jefa soy yo, tú eres sólo un asesino con licencia y a los perros se les pone bozal cuando le ladran a su amo". Bond, que había aminorado su enojo por el curso forzado que lo alejó de las operaciones de campo, ahora no sólo estaba furioso, sino profundamente ofendido. Miró fijamente a M y le dijo, con voz suave pero firme: "señora, antes de entrar a su oficina el día de hoy, ya había tomado la decisión de liberarla de las molestias que le causo. Su último comentario me confirma que mi decisión es atinada: le entrego mi renuncia y el equipo reglamentario. Buena suerte con los retos que se avecinan". James extendió la mano y le dio la carta y el maletín. M trató de evitar que se notara su sorpresa y dolor, después de bajar un poco la mirada y pasar saliva, observó la cara rígida de su mejor agente y le respondió: "renuncia aceptada, abandona el edificio inmediatamente". Bond salió de la oficina de M y, cuando ya estaba dentro del elevador, Gordon Kilman lo alcanzó para darle un sobre amarillo tamaño folio que había llegado mientras estaba en la reunión con M y el Primer Ministro.

Por fuera del sobre sólo estaba escrito, con máquina de escribir: "para Monsieur James Bond". No había otra señal o marca, timbres postales o sellos. James preguntó la identidad del remitente y Kilman señaló que no la sabían. El sobre apareció en la gaveta de correspondencia de la recepción del edificio, por lo que se tomaron las medidas de seguridad que son típicas en los casos de envíos anónimos: primeramente el sobre había pasado por las Divisiones de Explosivos, Estudios Tóxicos y Criptografía, por ello Kilman no se lo había entregado a Bond. Como los analistas no encontraron elementos biológicos o químicos de riesgo, lo consideraron irrelevante para el Servicio Secreto y por ende "susceptible de que el agente lo recibiera", situación que Kilman explicó rápidamente a James. El ex agente doble 0 agradeció la entrega del documento y cerró el ascensor. Ya en la calle, Bond sacó su amado Aston Martin DB5 del estacionamiento de MI6 y se dirigió a su casa en Dover Street. ¿Por qué James no había abierto el sobre? Porque ya sabía lo que contenía y lo que necesitaba era usar la computadora de su casa.

James llegó al número 39 de Dover Street y, al abrir la reja, su mente le hizo recordar vivencias que no tenía presentes desde que obtuvo el grado de Comandante de la Marina Real. La vieja casa de estilo georgiano fue parte de la herencia de la tía Charmain, quien sostenía que el edificio estaba construido "sobre la residencia de su ancestro Sir Thomas Bond". A James esas historias le causaban gracia, porque siempre se ha sentido plebeyo y, hasta su ingreso al MI6, se percibía como "poco inglés", circunstancia que se reafirmó durante su adolescencia, por los comentarios despectivos y agresiones verbales que recibió: en Eton le rompió los dientes al hijo de un lord que lo llamó "mestizo de basura escocesa y suiza".

Si bien el ingreso de Bond al Servicio Secreto lo convenció de que era tan británico como el que más, su trabajo "por Dios y por la Reina" profundizó el apetito cosmopolita que le venía de cuna: sus gustos eran una rara mezcla de preferencias continentales y de la isla. Así como James disfrutaba de los autos y trajes ingleses, prefería el vodka y los tabacos rusos, se deleitaba con la champaña Bollinger R.D. y los quesos franceses. Leía a Chesterton por diversión, pero prefería a Nietzsche y Hesse para desafiar su mente, por adiestramiento leyó cuanto autor ruso cayó en sus manos y le divertía el existencialismo francés. James era un bon vivant, pero su cultura y pensamiento crítico era producto del entrenamiento de élite de MI6. Mientas cruzaba el sendero del jardín que lleva a la puerta principal de la casa, Bond reflexionaba sobre su último encuentro con su jefa: a pesar de que M lo llamó "perro", la formación del agente le abría la puerta para ser diplomático de carrera, profesor universitario, capitán de empresa y hasta catador de productos finos. James concluyó estos pensamientos en cuanto entró a la sala de su residencia: el futuro lo viviría hasta mañana, el ahora es para siempre y había que atender el asunto del sobre.

Bond pasó al estudio, se sentó en su butaca preferida y abrió el sobre: adentro sólo había una llave de bronce muy vieja con una palabra y una cifra grabada: Virgilius y 125. James sabía que esa llave era parte de un mensaje póstumo de René Mathis, que se completaba con un gastado ejemplar de La Eneida que le dio cuando viajaban a Bolivia, así como con una historia sobre como los espías de la vieja guardia lograban enviar mensajes indescifrables "sin máquinas enigma, ni refinamientos mayores". Sin embargo, en este caso la llave y el libro sólo proporcionaban una dirección de correo electrónico y la contraseña de acceso.

James sacó una llave de Internet inalámbrico -que había adquirido a nombre de Lancaster Carmichael- y un iPad que compró al contado en la tienda de la esquina. Abrió una página de Gmail, puso el nombre de usuario aschanius y la contraseña cavalier. Sólo había un mensaje, enviado desde la misma cuenta, cuyo asunto se denominaba "últimas recomendaciones". Bond abrió el correo y lo leyó:

"James, este mensaje es una suerte de testamento. Si lo lees es porque he muerto, te entregaron la llave y tuviste presente lo que te dije sobre el viejo libro. Hay varias cosas que iba a decirte -y pedirte- al regreso de nuestro viaje a Bolivia. No era el momento de tratarlas y este correo me permite que las sepas, aún con mi desaparición física. Antes que nada, quiero que sepas que no te guardo rencor por haberme acusado de traición cuando sólo fui leal al Servicio. Te perdono, no lo hago por ser viejo -y ahora estar muerto-, sino porque comprendo que la situación te cegó para ver los hechos y actuaste precipitadamente. Son errores de juventud, yo también los cometí, sé que con los años adquirirás la frialdad de análisis que ahora no te parece importante... y será más útil que tu Beretta favorita.

Paso a otros temas: te dejo el número de esta Caja de Seguridad -tiene recursos distintos de los que están en mis cuentas bancarias oficiales, no te preocupes-, así como te la heredo, alguien me la legó y espero que algún día tú hagas lo mismo en favor de otro agente. Este fondo del espía es tu puerta de seguridad si caes en desgracia, te persiguen a muerte o el Servicio Secreto no puede auxiliarte. Las únicas dos reglas que tiene este fondo es que 1) en vida siempre repongas lo que saques de la caja; y 2) que la entregues mejor que como la recibes.

Si tuve oportunidad de verte antes de morir, te habré pedido que perdones a Vesper. Ella no te traicionó, su patria y nación eras tú, no Inglaterra y, en mis años de vida, aprendí que eso se llama amor incondicional.

Sé que serás el orgullo de MI6, mientras moderes tu soberbia. Sólo lamento no poder verlo.

Hasta siempre.

Tu amigo, Charles Monti-Johnson (René Mathis era un nombre clave, ni siquiera era francés, nací ítalo-británico)".



Bond sintió remordimiento y vergüenza: por los interrogatorios que Mathis sufrió sin ser culpable, por dejar su cadáver en un contenedor de basura y pensar que "no le hubiera importado" y porque había sido el único en el Servicio que se había preocupado por su futuro. Mientras una sensación de amargura recorría su garganta, James anotó el número de cuenta y el Banco. Desconectó el Internet y al momento de cerrar la ventana de Gmail en el iPad, sonó el timbre de la puerta. Bond tomó la Beretta 25 que guardaba en el primer cajón del escritorio del estudio, caminó hacia la puerta y vio por la mirilla: era M, sola, con una bolsa de pastisería. James guardó la pistola en la chaqueta y abrió la puerta.

"Buenas tardes, señora. Aquí no compramos galletas para ayudar al Servicio Secreto". Bond bromeó porque aún recordaba la recomendación de Mathis de aminorar su soberbia. M arqueó las cejas y contuvo la risa de forma que parecía que fuera a toser. Sin duda le hizo gracia el comentario de Bond, pero no quiso mostrarse rendida a su humor, por lo que sólo contestó: "buenas tardes, James, traigo galletas porque ya casi son las cinco, ¿puedo pasar y comentarte algo?"

Bond la invitó a pasar y puso agua en la tetera. M, como siempre, quiso un Earl Grey con apenas una nube de crema, mientras que James se preparó una mezcla de Oolong con Te Negro de sabor fresa, misma que solía beber después de hacer ejercicio.

M abrió las galletas y dio un sorbo a su taza, miró a Bond y le dijo: "James, es irresponsable que dejes MI6 en estos momentos". Si James no hubiera leído la carta de Mathis, seguramente habría perdido los estribos y hubiera sacado a M a patadas de su casa, por muy jefa del Servicio Secreto que fuera. Sin embargo, sólo frunció el labio superior y dijo muy serio, pero sin arrogancia: "señora, no estoy dispuesto a ser tratado como un asistente de oficina al que le gritan porque se equivoca al traer los almuerzos. Todas las misiones que me encargó las cumplí con éxito y, salvo los autos destrozados, no represento pérdidas para el Reino".

M replicó, en un tono mucho más moderado que el que usó en los cuarteles de Vauxhall: "sin duda eres valioso, de lo contrario no te habría dado el rango de agente 00, pero no permitiré que cuestiones mi autoridad". James no se quedó callado: "eso lo dejó muy en claro hace unas horas, como yo también fui muy preciso respecto al trato que no tolero".

Tramposamente, M trató de minimizar el asunto: "me sorprende tu falta de aplomo, Bond, para ser un agente con licencia para matar tienes la piel muy sensible". James respondió con mayor agudeza: "por supuesto que no, lo que pasa es que a los que me hablan así suelo meterles tres tiros".

M sacó una Glock 9 milímetros y la puso sobre la mesa, con una invitación sorpresiva: "adelante, Bond, úsala". James miró a M y le dijo: "no me venga con estupideces". M suspiró, guardó el arma y respondió: "Bien, tú eres un perro y yo soy una estúpida, ¿estamos a mano?". Bond rió, era la primera vez que lo hacía en varios meses. "Está bien, M, acepto sus disculpas". M mordió una galleta de chocolate y le dijo a Bond: "disfruto de la charla pero tienes que tomar una vuelo a Nueva York en una hora, no prepares equipaje, Q tiene listo todo lo que necesitas".

Bond preguntó, divertido: "¿tanta seguridad tenía en que iba a regresar al servicio?". M contestó: "por supuesto, todos los hombres son iguales, se les manipula con el amor propio. Vamos 007, deprisa, el auto nos espera". James tomó su iPad y salió de la casa, al cerrar la reja le vino a la mente la imagen de Mathis, como si estuviera despidiéndose en el pórtico de la casa.


(c) Óscar Constantino Gutiérrez. 8 de julio de 2011. James Bond, personajes y características son Propiedad Intelectual de sus respectivos dueños, pero la historia y trama de Petróleo para morir es de la exclusiva titularidad de Óscar Constantino Gutiérrez Ramírez.

3 comentarios:

Marina dijo...

En un episodio el día de ayer, Patrick Jane (The Mentalist) señaló que alguien que estudiase en Eton, no tendría cicatrices, pues estaría en la posibilidad de llamar a un cirujano, así que al menos corrió con suerte el tio al que le quebró los dientes Bond.

Sobre ser un bon vivant, coincido contigo. Bond definitivamente lo es.

Oolong con te negro sabor fresa después de hacer ejercicio... ¡Que interesante! :)

Lo que no logro imaginarme es a M con una bandeja de galletas a la puerta de Bond; no me parece su estilo; demasiado blando y cortés de su parte. Tampoco me imagino a Bond con la tomada de pelo de "Buenas tardes, señora. Aquí no compramos galletas para ayudar al Servicio Secreto". Sin embargo, M salió bien librada con el "buenas tardes, James, traigo galletas porque ya casi son las cinco"; definitivamente la costumbre inglesa fue su aliada.

Me gustó mucho el trato que le diste a todo lo de Mathis; creo que has sentido muy bien el personaje.

Como siempre, una delicia leerte.
Espero el siguiente capítulo!

Óscar Constantino dijo...

Gracias, el detalle de M -con la caja de galletas- es producto de su desesperación -en buen mexicano, metió toda la pata y ahora se hace la modosita- de ahí se desencadena la broma de Bond con las galletas de las chicas exploradoras y la Glock en la mesa por parte de M. A final de cuentas, M deja claro al final que todo lo que hizo fue jugar con el ego de Bond. Es una mujer muy dura e inteligente. :)

Marina dijo...

Por supuesto, M es inteligente. Eso está en congruencia con la historia original.
Ciertamente la forma en que abordaste el incidente es en un "buen mexicano" estilo.
Reitero: espero el siguiente cap. Si te decides a escribir un libro, ten seguro que lo leería completo, quizá en una sola noche para mi infortunio.