miércoles, abril 18, 2012

El artículo 24: en el nombre del Padre

(Esta columna no apareció completa -hace unas semanas- en su versión impresa, por ello se publica íntegra en mi blog)

Llamar traidores a la patria, enemigos de México, descastados, ignorantes o de forma peor a los legisladores que aprobaron la reforma al artículo 24 constitucional, puede parecer un ejercicio estéril si no se revisa la causa y resultado de nuestro –hasta ahora- Estado Laico. Dejo tres evidencias y reflexiones que explican este asunto y, principalmente, demuestran que esta contrarreforma es la actuación del presidente Felipe Calderón en el nombre de su padre, aunque con el apoyo del oportunismo político de algunos priistas que no merecen pertenecer a ese partido.

El grito de Guadalajara y la reflexión de Monsiváis

El General Plutarco Elías Calles pronunció -el 20 de julio de 1934- el siguiente discurso: «La Revolución no ha terminado. Los eternos enemigos la acechan y tratan de hacer nugatorios sus triunfos. Es necesario que entremos al nuevo período de la Revolución, que yo llamo período revolucionario psicológico; debemos apoderarnos de las conciencias de la niñez, de las conciencias de la juventud porque son y deben pertenecer a la Revolución. Es absolutamente necesario sacar al enemigo de esa trinchera donde está la clerecía, donde están los conservadores; me refiero a la educación, me refiero a la escuela. Sería una torpeza muy grave, sería delictuoso para los hombres de la Revolución, que no arrancáramos a la juventud de las garras de la clerecía y de las garras de los conservadores, y desgraciadamente la escuela en muchos Estados de la República y en la misma capital, está dirigida por elementos clericales y reaccionarios. No podemos entregar el porvenir de la Revolución a las manos enemigas. Con toda maña los reaccionarios dicen que el niño pertenece al hogar y el joven a la familia; ésta es una doctrina egoísta, porque el niño y el joven pertenecen a la comunidad, pertenecen a la colectividad, y es la Revolución la que tiene el deber imprescindible de apoderarse de las conciencias, de desterrar los prejuicios y de formar la nueva alma nacional. Por eso yo excito a todos los gobiernos de la Revolución, a todas las autoridades y a todos los elementos revolucionarios a que vayamos al terreno que sea necesario ir, porque la niñez y la juventud deben pertenecer a la Revolución (…)».
Bastaron estas palabras para que el conflicto cristero se volviera a encender. Setenta y tres años después del discurso de Calles, Carlos Monsiváis escribía lo siguiente: «En el enfrentamiento entre el Estado y la derecha, la Iglesia católica y sus representantes disponen de una última fortaleza: la formación de la clase dirigente, que en algo los compensa de la pérdida de la educación pública. De la República Restaurada (1867-1872) a 1910, la derecha insiste en tutelar la educación mientras exige y acepta amplias concesiones del Estado. Por eso, al lanzar Plutarco Elías Calles "el grito de Guadalajara" en 1933, y al negarse a cederle a la reacción "el alma de los niños", reafirma el sentido político del laicismo. En términos modernos, la reivindicación del control educativo del Estado para combatir "el fanatismo", es la garantía de continuidad del sistema político. La persecución religiosa es una falla monumental, la educación laica el mejor de los aciertos. Desde la década de 1940, la derecha insiste en su proyecto de corto y largo plazo: apropiarse de la educación de las élites. Para ello nada más necesita un porcentaje mínimo de la educación primaria y superior, nunca más de 7%. Si se adoctrinan futuros gobernantes y empresarios, se instruye directamente al poder. Dicho sea de paso, en México no tiene sentido hablar de la derecha religiosa porque éste es su adjetivo irreemplazable. No hay tal cosa como una derecha liberal o agnóstica y, por ejemplo, el vínculo interno del empresariado es la confesión de fe tradicionalista, no el comportamiento ético, sino la declaración de bienes ultraterrenos».
El 28 de marzo de 2012, la realidad le concedió la razón a Calles y a Monsiváis. Sin embargo, el interés de la derecha ya no es sólo educar a las élites, sino re adoctrinar a un pueblo que cada día se aleja más de la Iglesia Católica. El número de católicos va a la baja: 89.7% en 1990, 88% en 2000 y 83.9% en 2010, de acuerdo al INEGI. Al parecer la cifra ya llegó a 80 por ciento. El pueblo en México ya no va a los templos a rezar, por ello la Iglesia Católica requiere las herramientas de conversión que son de mayor penetración en este país: la televisión y la educación pública. La doble vía (caja de entretenimiento gratuito y la clientela forzosa) ofrece una mezcla de propaganda con adoctrinamiento obligado que permite a la jerarquía religiosa albergar esperanzas de abatir la tendencia decreciente de feligreses en este país.
Lamentablemente se suele olvidar que el laicismo implica respetar las creencias de todos, sin persecuciones, sin imposiciones, ni excesos, porque el espacio público democrático es de todos y, por ende, todos tiene el deber de mantenerlo neutral.

El origen de la contrarreforma

Luis Calderón Vega, fundador del PAN y padre del actual presidente de México, publicó El 96.47 por ciento de los mexicanos. Ensayo de sociología religiosa. El título de este libro de 1964 alude al número de católicos reportados por los censos de 1960. Cinco décadas después, ese libro podría denominarse El 16.47 por ciento perdido.

El señor Calderón se apoyaba en ese 96.47 por ciento para sostener que «la nación mexicana fue bautizada en la fe católica apostólica y romana que trajeron los primeros franciscanos… precedidos por los conquistadores que, en nombre de Dios Todopoderoso y de sus católicas majestades, tomaron posesión de estas tierras», como recuerda Edgar González Ruiz en un reportaje de la revista Contralínea.

González Ruiz también hace recuento de otras partes sustanciales del legado de papá Calderón para su hijo Felipe de Jesús: «oponerse a la educación laica y en general a la educación pública, estimular la educación privada, y fortalecer a grupos de la ultraderecha como la Unión Nacional de Padres de Familia; Calderón Vega lamentaba que pese a las convocatorias de los obispos, sólo un “porcentaje mínimo de los padres de familia de las escuelas particulares” cooperaban con ese grupo. Según Calderón Vega, los niños católicos mexicanos, a semejanza de lo que ocurría en Estados Unidos, no deberían ir a escuelas públicas, sino asistir a instituciones regenteadas por el clero; también convocaba a los empresarios a no apoyar a instituciones de educación pública, porque las consideraba “demagógicas”, sino apoyar únicamente a instituciones privadas. Además, se oponía abiertamente a la gratuidad de la educación, de la cual decía en su libro: “…el hábito de la gratuidad de la enseñanza en México ha frustrado muchos esfuerzos. La mentalidad pordiosera de muchos hombres de fortuna ha impedido la formación de una conciencia creadora y educadora. No les importa que los altos centros de estudios estén saturados de peligros para la conciencia moral y para la fe de los estudiantes…” (p. 122). En fin, en la obra mencionada, Calderón Vega afirmaba lisa y llanamente que la iglesia católica es “la más alta autoridad del mundo y de la historia” (p. 134). Con esas ideas ha gobernado Calderón, quien ha hecho realidad los sueños de su padre y de otros militantes derechistas, como los de poner al gobierno al servicio de la jerarquía católica, desmantelar la educación pública; además de gobernar contra los pobres en beneficio de los más ricos».

La reforma al artículo 24 constitucional es la última fase de ese proceso de destrucción del Estado Laico, la democracia y la sociedad secular, ya que implica inculcar una religión a través de la educación pública, lo que es una manifestación de la imposición de criterios privados en asuntos públicos y, peor aún, de la dictadura de las mayorías que viola los derechos humanos de las minorías.

En un país donde se necesita más ciencia y tecnología, resulta contraproducente que en la escuela se invoquen dogmas religiosos para explicar el universo, el surgimiento del planeta Tierra o el ser humano. México necesita menos ignorancia y fanatismo, requiere más ciencia y razón.

Lo más lamentable del legado de Calderón es que los priistas consintieron jugar el papel de marionetas promotoras de una reforma que traiciona su propia historia y que será contraproducente para ellos, porque el clero fue, es y será panista… si no, basta con recordar la última sugerencia electoral del cardenal Juan Sandoval, respecto a no votar por guapos o copetes…

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