Óscar
Constantino Gutiérrez
La reforma constitucional en materia de transparencia,
aprobada en el Senado el pasado 20 de diciembre de 2012, da rango
constitucional al Instituto Federal de Acceso a la Información y Protección de Datos (IFAI),
así
como mayores facultades. El nuevo carácter del IFAI, como última instancia en materia de trasparencia, hace necesaria
la referencia a algunos datos:
1. La casa encuestadora Parametría hizo público
un estudio, el pasado 26 de diciembre de 2012, que revela que 81 por ciento de
los consultados desconoce qué
es el IFAI: la cifra aumentó
cinco puntos porcentuales de 2011 a 2012. En pocas palabras, la encuesta de
Parametría
revela que 4 de cada 5 mexicanos no sabe qué es el IFAI y seis de cada diez consideran que la información sigue sin ser
transparente, aun con la existencia del Instituto.
2. Con el año
nuevo, el IFAI estrenará
oficinas con un precio cinco veces mayor al de sus actuales cuarteles generales
en Coyoacán.
La Torre IFAI tiene 13 mil 453 metros cuadrados, se encuentra ubicada en Insurgentes
Sur 3211, Colonia Insurgentes Cuicuilco y costó tres veces más de lo estimado: 728 millones de pesos.
3. El presupuesto 2012 del IFAI fue de 479 millones de pesos y
la propuesta para 2013 fue de 573 millones de pesos, organizaciones como
Impacto Legislativo ya advirtieron que esa cantidad resulta insuficiente para
las nuevas atribuciones del órgano
garante. Van dos ejemplos de entidades con presencia nacional, para el
contraste presupuestario: el INEGI solicitó 5 mil 609 millones de pesos para 2013 y el Tribunal
Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) tendrá 2 mil 152 millones de pesos para el año que comienza.
4. Al 29 de noviembre de 2012, se tenían registradas 122
mil 704 solicitudes al gobierno federal (de información, así como de acceso y
corrección
de datos personales). Es decir, cada solicitud de información costó casi 4 mil pesos
(sin contar el gasto en oficinas de transparencia de cada entidad de la
Administración
Pública
Federal).
5. Si se considera que la Población Económicamente
Activa (PEA) alcanzaba 51.4 millones de personas en México (al tercer
trimestre de 2012), sólo
0.23 por ciento de la PEA solicitó información
pública
(o acceder o corregir sus datos personales).
Estos datos revelan una realidad incontestable: a pesar del
considerable presupuesto que se dedica a la transparencia, la mayoría de los mexicanos
estiman que la información
sobre los sueldos y gasto gubernamental es inaccesible o, como los medios
explican de acuerdo a la ya referida encuesta de Parametría, las personas
asumen que los datos puestos en acceso son maquillados por el gobierno.
No puede alegarse que el IFAI es desconocido por falta de
recursos: quien haya visto los comerciales del IFAI por televisión sabe que el órgano tiene
presupuesto para difundir sus actividades por medios masivos.
En este ambiente de ineficiencia gubernamental, al
legislador Pablo Escudero no le faltó entusiasmo para celebrar la enmienda en materia de
transparencia que se aprobó
en el Senado: sostuvo que la reforma “fue producto de una consulta a todos los actores de la
sociedad involucrados en el tema”.
Sin embargo, saltan dos evidencias que contradicen al
senador Escudero: tanto Ernesto Villanueva como Perla Gómez Gallardo
hicieron severas críticas
a la iniciativa de transparencia, pero el documento presentado por PRI y PVEM
en el Senado el 13 de septiembre no recoge punto alguno de los señalados por estos dos
distinguidos doctores en Derecho y especialistas en transparencia.
La iniciativa tiene virtualmente las mismas características desde que la
anunció
como candidato Enrique Peña
Nieto, por lo que es un misterio cuándo
se hizo la supuesta consulta y a quién
se preguntó sobre el tema.
Sin duda el IFAI sostendrá que hubo consulta y, si la transparencia les alcanza para
publicarla, será
evidente que sólo
se les inquirió
a los amigos del Instituto y a los órganos garantes locales, que son los obvios beneficiarios de
esta reforma.
Debo disentir de la opinión del senador Escudero: la reforma de transparencia no es un gran avance para México ni es una muestra de lo que los legisladores
y políticos
están
obligados a hacer. Durante 10 años
de existencia del IFAI, los resultados en materia de transparencia no son muy
alentadores: obtener información
pública
precisa sigue siendo una costosa monserga.
El órgano
garante no acepta su responsabilidad por esta situación: oscila entre
decir que hay grandes avances (que sólo ven ellos y la clase política que vive del modelo existente) y echarle la culpa a las
malvadas y opacas autoridades que todo lo ocultan. Ese discurso maniqueo
contrasta con la realidad: el IFAI tiene múltiples apoyos institucionales (porque la transparencia es
un discurso políticamente
correcto) e incluso es uno de los órganos más
respaldados por la Suprema Corte (a veces hasta de forma irreflexiva).
Lo cierto es que varias de las debilidades y amenazas de la
transparencia en México
parten de errores del IFAI: el órgano
garante le apostó
a Infomex, a la automatización
del modelo abarrotero de solicitar
información,
cuando lo más
eficiente es un modelo de autoservicio
(de consulta de toda la información
pública
en Internet, sin intervención
gubernamental). Si el IFAI hubiera dedicado a los portales de transparencia la tercera
parte del esfuerzo que ha destinado a impulsar Infomex, la reforma de
transparencia no estaría
siquiera en la mesa: sería
innecesaria porque toda la información pública de México estaría en línea.
Sin embargo, para los transparentistas iluminados, el IFAI
es sagrado: digno de veneración
e intocable, a pesar de que sus atribuciones rompen con las reglas esenciales
de los sistemas constitucionales modernos y profesionalizados.
Para muestra basta un ejemplo: la iniciativa presentada en
el Senado por el PRI y del PVEM sostiene, en su página 30, que las resoluciones del IFAI revisten todas las características de las
emitidas por una autoridad administrativa jurisdiccional
y, con la reforma, el IFAI "se estaría asemejando a una instancia
jurisdiccional revisora". En consecuencia, la actividad sustantiva del
IFAI "seguirá consistiendo en la
aplicación de la legislación a casos concretos en disputa".
Por tanto, el IFAI
aplica la ley para resolver controversias jurídicas, pero sus comisionados no son
abogados: tiene
las funciones de un tribunal, pero quienes deciden no son profesionales del
Derecho.
Sólo
para dejarlo claro, ¿usted
aprobaría
que un ciudadano le hiciera una cirugía de corazón,
asesorado por médicos?
Seguramente no permitiría
que ese ciudadano le pusiera siquiera talco. Sin embargo, con total naturalidad
aceptamos que unos ciudadanos resuelvan como jueces, aunque carezcan de la
formación
profesional para realizar esas funciones.
Resulta necesario indicar que resolver controversias en materia de transparencia no es una labor
sencilla, como expedir licencias para giros comerciales, requiere conocimientos jurídicos especializados. La complejidad de la materia no es la única razón para que la
atiendan abogados, sino que una decisión errónea en temas de acceso a la información puede acarrear serios daños pecuniarios, morales e incluso a
bienes colectivos fundamentales,
como son la seguridad nacional o la dignidad de las personas.
Y ése
es el modelo que, sin consulta real, nos quieren vender como la solución a los problemas de
opacidad de México,
aunque lleve 10 años
sin funcionar.
Con el gasto que tiene (y tendrá) el IFAI, se hace
necesario cuestionar si esos 573 millones de pesos serían más eficientes si el
INEGI fuera el órgano
garante de la transparencia o si el IFAI se convirtiera en un tribunal (como
han propuesto especialistas de la talla del doctor Ernesto Villanueva). Si se
considera que el Instituto ya le costará a los contribuyentes la mitad del presupuesto del TEPJF
(entre precio de la Torre IFAI y asignación ordinaria 2013), la opción de tener un TRIFAI (en lugar del IFAI) se vuelve altamente
atractiva.
El paradigma de transparencia mexicano tiene varios errores,
no está
para ponerle altares. Van algunos ejemplos:
A. Modelo de petición y no de acceso: en lugar de que la información esté
para consultarla, hay que pedirla a un burócrata.
B. Ley del garrote, en
lugar de prevención: el objeto del
Derecho de Acceso a la Información (DAI) es que la gente tenga la información en su poder, no
multar a funcionarios.
C. Ausencia de estándares: a la fecha aún no hay un protocolo único de portales de transparencia, cada entidad informa como
quiere lo que quiere.
D. Información desperdigada (carencia de concentración de datos): el modelo implica que el ciudadano debe preguntar los
datos en distintas instancias, en lugar de en una sola. En un sistema
organizado, bastaría
consultar el Archivo General del Estado para acceder a toda la información. Pero en México no es así.
E. Órganos garantes mesiánicos: como ya se refirió, 4 de cada 5 personas no conocen al IFAI, pero estos órganos piden más presupuesto y
dientes, como si fueran el epítome
de la eficiencia. Nuevamente debe recordarse que el IFAI gastó casi 500 millones
de pesos durante 2012 y para 2013 le costará a los mexicanos 1200 millones, más de la mitad del
presupuesto del TEPJF... cuando en 2012 sólo se hicieron 122 mil 704 solicitudes al gobierno federal.
F. Prevalencia de la
definitividad de las resoluciones del órgano garante sobre
la seguridad jurídica: esta falla da para escribir unas 140 páginas, pero puede
resumirse en que los órganos garantes no son infalibles o perfectos para que sus
decisiones sean intocables.
En suma, el modelo
mexicano de transparencia es costoso, ineficiente e ineficaz. Más que aplausos (como
son el reconocimiento constitucional y mayor presupuesto), merece críticas y reformas.
La medida más eficiente y
correcta jurídicamente es contar con una sola ley de transparencia para
todo el país y un solo órgano garante (encabezado por abogados) con presencia en
todo México, aunque el modelo único nacional no le
convenga a los grupos de interés que viven de un caótico e ineficiente
sistema que tratan como sagrado, aunque no lo sea.
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