jueves, enero 24, 2013

El IFAI y la crisis de la improvisación



Óscar Constantino Gutiérrez

La crisis del IFAI no comienza con su cuestionado proceso para renovar su presidencia. Tiene sus primeros signos en la integración inicial con personajes que desconocían el Derecho a la Información, como María Marván Laborde. Esta crisis de legitimidad continuó con la oposición de algunos comisionados a aceptar que la voluntad presidencial los desechara frívolamente, como fue el caso de Horacio Aguilar Álvarez de Alba, quien incluso promovió un amparo para, en su momento, mantenerse en el cargo. En septiembre de 2006, el comisionado Alonso Gómez Robledo Verduzco decía que el amparo y afirmaciones de Horacio Aguilar dañaban la imagen del IFAI 
(http://www.eluniversal.com.mx/nacion/143047.html). Durante 2008 y 2009, Juan Pablo Guerrero Amparán, sin duda uno de los mejores comisionados del IFAI, fue sometido a un linchamiento político y mediático que tomó la forma de una indagatoria inquisitorial en la Secretaría de la Función Pública sobre el proyecto Hewlett-Comunidades (http://www.etcetera.com.mx/articulo.php?articulo=269) y, el mismo comisionado Guerrero lamentó que el IFAI obstaculizara la transparencia, ya que “Alonso Lujambio, María Marván y Jacqueline Peschard emitieron un voto en contra de una de las ponencias de Guerrero, en la que instruía a la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) difundir el número de militares que conforman el cuerpo de la policía de las fuerzas armadas, integradas en total por unos 220 mil efectivos”, datos que hasta antes de ese voto mayoritario, eran públicos (http://www.jornada.unam.mx/2009/02/19/politica/014n2pol).

Otro caso cuestionado fue el de Alonso Lujambio, cuya llegada al IFAI en 2005 vino acompañada por críticas por su falta de formación en temas de transparencia y acceso a la información, al igual que las ahora dirigidas a Gerardo Laveaga y, de la misma forma, ambos fueron ungidos presidentes en un breve tiempo posterior a su llegada al órgano. Lujambio, que post mortem ha sido transformado en una suerte de Santo Patrono de la transparencia, en vida fue un campeón de la opacidad selectiva: incluso impulsó que las fotos de los servidores públicos se eliminaran de los portales gubernamentales, dato que era público hasta entonces.

Por ende, un análisis responsable, completo y objetivo de la situación llega a la conclusión de que en el IFAI las patadas por arriba y debajo de la mesa no son cosa de la era Laveaga, así como tampoco es novedoso que el pleno del Instituto se encuentre integrado por personas carentes de formación en la materia.

Tengo la convicción de que el IFAI es un órgano de resultados mediocres. No es un asunto de opinión, sino de datos duros y estratégicos: Hacienda, la PGR y otras instancias que manejan datos importantes, han combatido las decisiones del IFAI e incluso lo han desafiado. Los triunfos del IFAI son pírricos, sobre todo si se les compara con el altísimo presupuesto que utiliza. Por tanto, estimo que del análisis y efectividad de sus resoluciones no se observan grandes resultados: en realidad, las decisiones del IFAI sólo aportan un saldo muy pequeño a favor de la apertura.

Mi maestro don Luis Escobar de la Serna me dijo, unos meses antes de fallecer, que los institutos de transparencia eran inútiles, que un buen sistema de acceso a al información requiere de tribunales ágiles para responder y un cuerpo robusto de Jurisprudencia. El IFAI tiene facultades parecidas a la de un tribunal, pero no lo es, carece de un cuerpo colegiado de juristas que decida sobre la aplicación de un derecho fundamental y resulta claro que no tiene el rigor de un Tribunal de Derecho, esta última circunstancia la hemos señalado reiteradamente algunos observadores del tema, entre los que destaca el jurista Ernesto Villanueva.

Por estas razones no puedo tener una visión favorable sobre el IFAI (y el modelo de acceso que representa). Con base a lo previamente expuesto, más que plantear la calificación de lo acontecido en el IFAI durante estos últimos días, sugiero cuestionar el estado que guarda el IFAI desde sus últimos procesos de renovación cupulares:

Primero. La propuesta de Sigrid Arzt como comisionada del IFAI estuvo envuelta en críticas por falta de perfil para el cargo, situación que no es novedosa, ya que también se dio en los casos de las propuestas de María Marván, Alonso Lujambio y, a últimas fechas, de Gerardo Laveaga. El principal mérito de Arzt para ser comisionada no era de carácter profesional, sino político: ella fue secretaria técnica del Consejo de Seguridad Nacional durante el gobierno de Felipe Calderón. Ahora se le acusa de haber sido la autora de las solicitudes de información que fueron atendidas en 14 recursos de revisión en los que participó. Ante el hecho de que las solicitudes salieron de su computadora, la comisionada recurrió a la salida fácil: alegó que hackearon su equipo.

De la misma forma que en 2006 Alonso Gómez Robledo Verduzco se quejaba de las declaraciones de Horacio Aguilar, en 2013 Arzt afirmó que los ataques de Ángel Trinidad dañan al IFAI.

En siete años la situación no ha cambiado gran cosa.

Segundo. Gerardo Laveaga tiene aptitudes profesionales y académicas que lo distinguen, pero no en el campo de la transparencia. Resulta ingenuo asumir que llegó al cargo por su trayectoria como penalista: lo designaron comisionado del IFAI por impulso de Felipe Calderón, ya que la transparencia no es un tema que domine. Aclaro que a Laveaga lo he visto una sola vez, cuando comimos con Carlos Castresana hace seis años. Tengo una muy buena opinión académica de Gerardo Laveaga, pero no tiene cartas credenciales suficientes para ser comisionado del IFAI, mucho menos para presidirlo.

Tercero. En buen alemán, lo que hizo Ángel Trinidad Zaldívar se llama berrinche: perdió una elección e hizo público todo lo que había guardado en su ronco pecho. Que ahora venga a decir que sí había manifestado públicamente su molestia por las faltas éticas, técnicas y operativas de sus compañeros comisionados, sólo evidencia que Ángel Trinidad usó dos volúmenes distintos en este tema: uno discreto cuando creía que podría obtener ventaja de la situación y otro estridente, escandaloso, cuando se percató que su prudencia no iba a ser recompensada con votos.

Ángel Trinidad Zaldívar es producto de las fuerzas básicas del IFAI, por ello es comprensible su indignación ante la llegada de legos advenedizos que ocupan presidencias. Pero que sea comprensible su ira, no justifica su arrebato. Tiró el tablero de ajedrez cuando vio que perdería el juego: eso habla mal de él.

Cuarto. Al país no le conviene que el IFAI continúe: su debilidad no es transitoria, siempre ha estado ahí, como el dinosaurio de Monterroso. La diferencia es que antes era oculta y hoy es notoria para el gran público. Basta con revisar las noticias de los últimos ocho años para ver que el órgano no resiste las renovaciones institucionales que una entidad madura asumiría sin problemas. La crisis del IFAI no se resuelve con prudencia o moderación: algo está podrido en Dinamarca y no es que los comisionados del IFAI sean unos descarados, sino que es una entidad con pies de barro. ¿Hay oportunidades de mejora? Por supuesto, la primera pasa por convertir el Instituto de los amateurs en un Tribunal de especialistas.

Quinto. Sin duda que la codicia e histeria de los comisionados del IFAI le abrió la puerta a todos los oportunistas que pretenden resolver su existencia con un cargo público bien remunerado. La culpa no es de los vividores de afuera del Instituto, sino de los ambiciosos del interior del órgano.

Vuelvo a hacer la misma pregunta de los últimos diez años: en el caso del IFAI, ¿quién vigila a los vigilantes?

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