jueves, diciembre 16, 2004

Falsas amistades

Aristóteles sostenía que la amistad perfecta es la de los buenos y de aquellos que se asemejan por la virtud. Ellos se desean mutuamente el bien en el mismo sentido. Es decir, son defectuosas las amistades con personas de moralidad distinta, ya no se diga con alguien que tiene doble moral, afirmación que se confirma por lo que dice el Dalai Lama: La amistad sólo podía tener lugar a través del desarrollo del respeto mutuo y dentro de un espíritu de sinceridad. Montesquieu, como jurista que fue, definía a la amistad como un contrato por el cual nos obligamos a hacer pequeños favores a los demás para que los demás nos los hagan grandes, lo que marca la importancia del trato recíproco y solidario como principio rector de la amistad.
A pesar de la sabiduría de esos tres pensadores, la expresión que más me agrada respecto a la amistad es del escritor vasco Pío Baroja: Sólo los tontos tienen muchas amistades. El mayor número de amigos marca el grado máximo en el dinamómetro de la estupidez. La falsa amistad es como una herida purulenta, sobre todo cuando una de las partes brinda autenticidad en su trato, paradójicamente suele ser el falso amigo el que más celebra el término del vínculo cuando queda al descubierto la suciedad de sus intenciones.

Esta reflexión no tiene desenlace, al igual que el autor de El mayorazgo de Labraz, lo prudente es que dejemos las conclusiones para los idiotas.

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